Por Dimas Romero /
Es ya un lugar común el discurso del respeto a los “Derechos Humanos” entre muchas autoridades del universo político en nuestro país, pero tan pronto es exigido por quienes no figuran dentro de los intereses a que éstas responden, sale de la manga de nuestros celosos representantes públicos, el respeto a “la legalidad”, que en los hechos significa, la negación de lo que en sus declaraciones juran respetar hasta el cansancio.
Los centros escolares de las colonias Fraternidad y Mártires Antorchistas de Chetumal, que incluyen a dos preescolares, dos primarias y dos escuelas secundarias, surgieron hace seis y cinco años respectivamente, como respuesta a la necesidad de brindar educación a los hijos de los habitantes de estos asentamientos humanos que se fundaron en la periferia de esta ciudad capital, situación que provocaba que estas familias tuvieran que recorrer kilómetros a pie, debatiéndose entre el polvo y el lodo, según fuera el clima que privaba, para llevar a sus hijos a las escuelas ya establecidas.
Desde la creación de las mencionadas colonias, y ante el viacrucis que significaba el traslado por los caminos de difícil acceso, los padres de familia en esta situación, acudieron a las autoridades correspondientes, para solicitar se atendiera esta necesidad tan apremiantemente, y fue ahí donde aprendieron hasta dónde llegan los traídos y llevados Derechos Humanos, dentro de los que se encuentran el derecho a una educación digna para todos los mexicanos. Las autoridades educativas del tristemente célebre gobierno de Roberto Borge Angulo, sacaron del cajón de su escritorio, la cantaleta de que en las colonias irregulares no se podían establecer servicios educativos, a pesar de que eso no dice el artículo tercero de la Constitución Política que gobierna a todos los mexicanos. Y así empezó su largo peregrinar para conseguir educación para sus hijos.
Ante la insistencia de los solicitantes, se firmaron minutas de solución, en las que se acordó otorgarles claves de escuelas particulares, toda vez que no se podría brindar el servicio educativo de forma normal por la irregularidad de las colonias, y se les brindaría un apoyo económico simbólico de forma mensual a los docentes. Por lo cual, aquellos, se aprestaron a buscar profesores que estuvieran dispuestos a honrar el verdadero Eros Pedagógico, ése que no pone a su papel de educadores como un simple empleo que les asegura un salario, sino el que educa a quienes de verdad lo necesitan. Fue así como fundaron sus escuelas como extensiones de otras instituciones ya establecidas, en las que con la ayuda de cooperaciones de padres de familia y con la buena disposición de estos docentes, se han educado cientos de niños de forma modesta pero decorosa, esperando que algún día la justicia se acordara de estos centros educativos, que son modelo de perseverancia y deseo de superación.
Finalmente, a estas colonias llegaron los servicios básicos de electrificación y pavimentación gestionados por el Movimiento Antorchista Nacional y respaldados por el gobernador Carlos Joaquín González, en cuyos arranques de obra, el mandatario estatal manifestó su apoyo a los padres de familia y docentes de estos centros escolares, autorizando en el acto su oficialización y la construcción de 30 aulas. Parecía que finalmente la justicia se asentaba entre las más de mil familias que forman estos asentamientos humanos.
Pero he aquí que la dependencia encargada de impartir educación a los Quintanarroenses, en clara respuesta a los intereses de los grupos sindicales que se reparten el poder en el estado, se abalanzaron sobre el manjar que significa la creación de plazas en estos nuevos centros educativos, y ante la petición de los padres de familia- que agradecieron la heroica y estoica labor pedagógica de sus maestros que por años laboraron sin un salario digno y que además cumplen con el perfil necesario para ocupar las plazas en disputa- de que permanecieran en las escuelas que fundaron, dándoles oportunidad de laborar en ellas como gratitud a su verdadero interés por la educación de sus alumnos, presionadas por los señores de los sindicatos que reinan a su antojo en este estado, se encargaron de poner obstáculos en el proceso de donación de los predios para las escuelas y finalmente, hace unos días, al inicio del ciclo escolar, negaron la inscripción de los más de cuatrocientos alumnos, porque los maestros insistían en la petición de quedarse en las escuelas que ellos fundaron, para sólo recibir como respuesta, la amenaza de que si no aceptaban ser removidos a otros centros, los niños perderían el ciclo escolar. He aquí los defensores de los derechos de los niños y los formadores del futuro de México.
El argumento, “la legalidad”, pues los maestros necesitan sujetarse a la reforma educativa, que ordena sean reubicados a otras escuelas. Legalidad bajo la cual se esconde la repartición de los espacios creados en los nuevos centros, que obviamente responde a los poderosos sindicatos estatales, de los cuales estos sacrificados profesores no forman parte.
Sólo que ya estos padres de familia, docentes y alumnos, aprendieron en su educativa lucha por sus escuelas, que la justicia no se implora ni se ruega, se exige. Y se aprestan a dar la batalla que todo el pueblo de México que sufre incontables maltratos debiera iniciar, la batalla por hacer que los derechos constitucionales no sean sólo palabras escritas que no se aplican en los hechos. Por seis años, ellos sostuvieron sus escuelas, nadie les dio para aulas, pintarrones, butacas, ni salario digno alguno, a pesar de estar haciendo una labor que correspondía al estado, y ahora que ya está casi servida la mesa no van a permitir que se les de una patada en salva sea la parte.
Las leyes deben ante todo salvaguardar los intereses de los más desprotegidos, pero sobre todo responder a los intereses de las mayorías. Por su parte, el antorchismo estatal y nacional con sus sectores magisterial y estudiantil se preparan para la lucha que se antoja larga y complicada, para lo cual se apegan a su derecho al uso del octavo y noveno constitucionales. No les queda otro camino.